Alex Baranton
Desde el gran anuncio del protoevangelio, cuando después de la terrible caída de la raza humana en el pecado original, Dios prometió mandar a un Salvador, semilla y linaje singular de la mujer, para herir definitivamente la cabeza de la serpiente.
A través de los siglos de la antigua alianza, esta figura de la mujer singular tuvo varias prefiguraciones en diversas santas mujeres y diversas figuras u oficios, como el de Gebirah, la «Reina Madre» del rey davídico, del cual saldría el mesías, el verdadero León de Judá.
En la plenitud de los tiempos, Dios vio bien crear y revelar esta singular mujer, la Bienaventurada Virgen María, inmaculada desde su concepción, en virtud de la maternidad divina para la cual fue predestinada.
Y esta grande Teotokos, esta mujer del apocalipsis, con la luna bajo sus pies, coronada por la Santísima Trinidad con doce estrellas y revestida del Sol que nació de lo Alto, es la Reina Madre del Rey Universal y ahora reina también a la derecha de su Hijo, velando con amor por nosotros, la Iglesia, la esposa de Cristo, de la cual ella también es figura esponsal.
Hoy pues, la queremos coronar como Reina Madre de nuestra vida, alma, corazón, de todo nuestro haber y poseer, de todos nuestros méritos y virtudes, de todas nuestras relaciones y e interacciones, y de todo nuestro porvenir en este mundo y en la vida eterna.
℣. ¡Oh sublime Theotokos, sé hoy y siempre
nuestra Reina Madre por excelencia!
℟. Te amamos por siempre. Así sea. (3 veces)