Cada vez que voy a la capilla, me pongo en presencia de nuestro buen Señor y le digo: «Señor, aquí estoy. Dime qué quieres que haga.»
Si Él me asigna alguna tarea, me siento contenta y le agradezco.
Si Él no me da nada, aún le doy gracias porque no merezco recibir nada más que eso.
Y luego le digo a Dios todo lo que hay en mi corazón.
Le cuento mis dolores y mis alegrías, y luego escucho.
Si escuchas, Dios también te hablará a ti, porque con el buen Dios hay que hablar y escuchar.
Dios siempre te habla cuando te acercas a Él de forma clara y sencilla.